Los turistas asoman sus ojos al perfil de la Cornisa Cantábrica y el
mar les avasalla, les asalta por sorpresa. A veces lo hace con furia.
Otras, con tranquilidad. De vez en cuando, con nostalgia. Pero siempre,
con su belleza. Hermosura por momentos dócil, que se esconde en
diminutas calas. O también salvaje y rebelde, que estalla contra las
paredes del mundo: un muro de roca serpenteante que recorre el norte de
nuestro país. Ya sea en Galicia, en Asturias, en Cantabria o el País
Vasco, la potencia de esas aguas a nadie deja indiferente.
No
obstante, hay otro mar, otro universo libre de olas, que es igual de
fascinante aunque menos conocido: el Cantábrico submarino. Casi nadie
lo observa y casi nunca se deja ver. ¿O es preciso escribir en pasado?
De acuerdo con los expertos en turismo, esas dos terceras partes del
planeta que conforman mares y océanos son cada vez más visitadas
gracias al auge del submarinismo y, sobre todo, del 'whale watching' o
avistamiento de ballenas. Esta práctica surgió a principios de los años
90 como un método de conservación de los cetáceos y en 1998 generaba ya
-según algunos informes- un negocio superior a mil millones de dólares
en el mundo debido, sobre todo, a las actividades aparejadas al
avistamiento (viajes, estancias, manutención y adquisición de
materiales turísticos).
Aunque el alcance del 'whale watching'
es difícil de contabilizar, algunos 'touroperadores' estiman que diez
millones de personas practican anualmente esta afición en noventa
puntos de avistamiento, la mayoría situados en el continente americano.
Eso no es óbice, sin embargo, para que España esté colocada entre las
primeras cinco potencias debido a su amplísimo entorno marítimo. Aunque
los dos enclaves fundamentales se hallan en Tarifa y las Canarias, el
Cantábrico también se ha convertido en una ruta preferente y son varias
compañías las que fletan barcos para llevar a curiosos y aficionados a
la cita con los grandes animales marinos. Además, museos como los de
Bilbao y Santander o el Centro del Medio Marino de Peñas, instalado en
el faro asturiano de Cabo de Peñas, permiten al visitante completar su
formación biológica, histórica y paisajística sobre ese horizonte azul
que se extiende más allá de la costa.
Es en esta inquieta
lámina de agua donde personas curiosas como Enrique Talledo, buscan
reflejos bajo la superficie y retratan la vida del fondo. A sus 35
años, este reportero de Castro Urdiales realiza documentales, atesora
varios premios internacionales por sus fotografías y se afana en la
conclusión de un libro que se editará en primavera, cuyas imágenes
descubrirán la vida que discurre a los pies de la cornisa cantábrica.
En este reportaje, el autor adelanta a los lectores de Vocento parte de
la belleza del mar.
«Hace más de cinco años que estoy preparando
la obra. He invertido mucho tiempo en estudiar las especies para que
los datos sean correctos», explica. Talledo ha seleccionado más de
quinientas imágenes de la fauna y flora submarinas, centrándose
especialmente en la comunidad cántabra, donde se inició como fotógrafo
submarino hace más de tres lustros en un concurso en su localidad
natal, al que acudió con una cámara desechable.
-¿Ha buceado en otros mares?
-Sí.
Estuve en Sudáfrica, en las Islas Maldivas, en el Océano Atlántico
También en el Índico, en el Mar Caribe y en el de Cortés, en México.
-¿Cómo es el Cantábrico, en comparación con todos ellos?
-En
sus condiciones generales, el mar deja mucho que desear. La visibilidad
no es buena. Pero desde el punto de vista biológico, es bastante rico.
Hay gran cantidad de especies, algunas menos vistas que otras, como los
tiburones, que no son de carácter costero.
El autor reconoce que
ballenas, delfines y orcas surgen de entre las aguas cada vez con mayor
facilidad para el turismo; enseñan sus aletas, acompañan las
embarcaciones y funcionan como efectivos anzuelos (valga el símil) para
aquellos que deciden salir de las playas pero sin abandonar el mar. Las
excursiones al reino de Poseidón se multiplican y el objetivo ya no es
la pesca, sino el avistamiento. Son paseos a cuerpo de rey, coronados
por gaviotas, alcatraces, cormoranes y pardelas. Reverenciados por
cetáceos, elegantes medusas, erizos y estrellas de mar. En el
Cantábrico conviven 24 especies de cetáceos, desde el calderón común
hasta los delfines listado y mular, cita el fotógrafo. Aunque la
mayoría de los mamíferos habitantes de estas aguas se pueden encontrar
en otros mares, hay casos como las focas grises que son ya extrañas de
encontrar.
La belleza de las medusas
Alta mar. Enfrente
de Zarautz. Aletas en los pies, piel aislante sobre el cuerpo y cámara
en mano, Talledo enseña una sonrisa infinita y se sumerge de pronto
entre las olas. Otra vez explora el territorio donde nació su afición.
Desde la superficie, sobre un barco de la academia náutica Eguzki Jaia,
sólo se ve la estela que ha dejado el fotógrafo. Txomin Zabala, el
capitán, observa la escena junto a los pasajeros de ocasión y comenta,
maravillado, que «da gusto ver gente así, tan interesada en la riqueza
marina». El resto se pregunta «dónde está el chaval», pues hace rato
que «no se le ve el pelo».
Talledo reaparece al cabo de unos minutos con su cámara y su sonrisa.
-¿Qué tal es la temperatura del agua?
-Varía bastante a lo largo del año, pero no supone un problema. Con los trajes de neopreno uno ni se entera del frío
Lo
suyo es práctica y esfuerzo. Una constante que le ha valido una
impresionante colección de imágenes. Y, también, de premios. Porque
mientras guarda un archivo de más de 20.000 fotografías, 'Kike', como
suele presentarse, luce feliz una lista que alcanza casi un centenar de
galardones, entre ellos el campeonato de España de caza fotográfica a
pulmón (en 1997 y 2000) y la condición de finalista del 'Wordlife
Photographer' de Londres -el prestigioso concurso de la BBC-. Recopila
sus trabajos y creaciones en una página web: www.mundosoceanicos.com.
Pero
a pesar de sus muchas horas embutido en neopreno, Talledo sostiene que
el ángulo formal no está en el agua, sino en la tierra. Más
concretamente, en su silla de escritorio y su consola de edición, desde
la que trata de inculcar «la belleza de uno de los lugares del planeta
menos conocido por nuestra sociedad y la necesidad de preservarlo».
Consciente de la hermosura de los grandes ejemplares para el turista,
él aboga, sin embargo, por el minimalismo acuático, los pequeños peces,
las algas e, incluso, las medusas, que «son muy bonitas». «Hay muchas
formas de aprovechar los recursos de la Naturaleza sin menoscabarla ni
hacerle daño», reflexiona.
-Después de tantas horas pasadas en los fondos marinos, ¿le aburre el trabajo de oficina?
-No.
En realidad, mi desafío fue el de aprender a montar vídeos. Pero, si te
gusta el mar, sigue siendo divertido y es una recompensa ver terminados
tus reportajes.
Extraído de: eldiariomontanes.es