jueves. 28.11.2024

La mejor defensa es un buen ataque. Ésa debió de ser la instrucción que José Luis Korta, un veterano de guerra en esto del remo, dio a sus remeros antes de abordar la segunda parte del reto. En la primera txanpa Kaiku ya marcó dos segundos de diferencia respecto a sus tres rivales en la tanda de honor.


En los primeros tres minutos de regata, la embarcación de Sestao ya alardeaba de munición. La remontada empezó a quedarse en una quimera para Castro. Todavía sin llegar al Aquarium y los vizcaínos ya ganaban la batalla física y la psicológica.

A la altura de la isla tanto Castro, por la calle dos, como San Pedro, por la cuatro, se quisieron acercar a la calle de los campeones. A ver si se pegaba algo. Por si las corrientes por la tres eran distintas. Pero el secreto navegaba en los vatios de la Bizkaitarra, en cada uno de sus zarpazos bajo el ondulado manto de agua que cubría el campo de regateo. Pequeña ola. De las que provoca el viento. Sin más misterios. Para remar.

Los que más y mejor lo hicieron fueron los de Kaiku. Una vez atravesada la barra, ya en alta mar, estabilizaron la ventaja en torno a los cinco segundos sobre Castro, ocho sobre San Pedro y diez sobre Hondarribia. Avanzando posiciones hacia la conquista del ansiado trapo.

Castro no se dio por vencida y en una serie a unos 500 metros de las balizas exteriores, se aproximó a una trainera de los rivales a batir. En muy pocos metros, les comió tres segundos. Pero la estrategia del mejor ejército de Kaiku también emergió en los últimos metros previos al giro. Una nueva exhibición de arsenal, una de veinte y otra vez cinco segundos por delante en la ciaboga. Nuevo tajo, en el agua y la moral castreña.

La chispa del dominador junto con la ilusión de quien emprende un viaje de vuelta cargado de regalos y emociones para compartir hicieron que también la salida de las balizas fuera más rápida para le embarcación patroneada por Asier Zurinaga. Otra primera txanpa, esta vez en dirección contraria. Otros dos o tres segundos de renta.

Kaiku apareció entre la isla y el Aquarium por la calle cuatro, aprovechando la orientación de la ola. Detrás, a su estela, sometida, la tripulación de Castro. Más lejos San Pedro y huyendo del acoso de la nube de yates, Hondarribia. La jerarquía.

Por si fuera poco, hasta el mar quiso premiar la exhibición kaikutarra y lo hizo en forma de ola. Montados sobre ella, los trece invencibles con su patrón al mando, hicieron la entrada triunfal en la bahía donostiarra. Conquista completada. Al mismo tiempo, otro ejército proveniente en autobuses, se hacía con la ciudad en tierra.
Detrás de los dos galácticos, el primero de casa. San Pedro volvió a ser el mejor guipuzcoano de la jornada, aunque se vio superado por Pedreña, y terminó tercero en la clasificación general de la Bandera de La Concha. Un podio cuyo valor crece teniendo en cuenta el nivel de los que tenía por delante, y por detrás.

La Libia mantuvo su particular pulso con Hondarribia, que quedó aislada en la calle uno durante el largo de ida y no llegó nunca a la altura de los pasaitarras. Además Pedreña, brillante ganador de la primera tanda, le sobrepasa en la clasificación general.

Orio tuvo un primer largo prometedor pero perdió once segundos a la vuelta con Pedreña, barcos pestosos de por medio. Ofreció otra imagen aunque no pudo cumplir el objetivo de ganar la tanda. La Donostiarra se defendió. La regata le quedó grande aunque la promesa de volver, en mejores condiciones, quedó bien anclada en La Concha. Territorio Kaiku.

La suma de la lógica

Cuántas veces escuchamos en los medios de comunicación atribuir el éxito deportivo que implica una gran victoria al factor psicológico. Que si sabe manejar los tiempos de la prueba, que si la experiencia, la capacidad para aguntar la presión... Incluso los propios progonistas, contagiados por tanto encabezamiento en negrita y tantas palabras flotando por las ondas, recurren a ese abstracto apartado relacionado con las cualidades mentales para justificar triunfos y derrotas. Vale. No neguemos que un porcentaje del buen rendimiento depende de la masa gris del deportista. ¿Cuánto? Menos.

Lance Amstrong corrió el pasado Tour de Francia más fuerte que nunca mentalmente. La experiencia le salía por las orejas en las circunstancias en las que se movía. Las piernas no estaban, sin embargo, como para contrarrestar la dinamita de Alberto Contador. Castro desembarcó ayer en Donostia con más confianza que nunca en remontar los cinco segundos que «regalaron» una semana antes. Los de Juan Mari Etxabe venían como una piña. Una de las claves, según el oiartzuarra, de la exitosa campaña de La Marinera en la ACT. Ni la supuesta fortaleza mental les valió para conseguir ayer su objetivo, ni les ha hecho agitar once banderas en la mejor competición regular del Cantábrico. Son buenos. La suma de su potencial físico y su habilidad técnica da resultado.

Lo mismo ocurre con Kaiku. El entrenador es el mismo cuando compite en la ACT que cuando lo hace en el campeonato de España o en La Concha. La citada suma, no. Ni el remo ni el deporte son ciencias matemáticas, pero tampoco misterios que se pierden por el difuso mundo de las neuronas y las emociones. Trece remeros, distribuidos de una determinada manera en una embarcación con unas precisas medidas. Imbatibilidad. Sus cualidades innatas más el sacrificio de la preparación derivan en un resultado lógico. Sin entrar en cifras económicas. Han sido los mejores. Superiores. Y por eso han ganado. Lo otro está bien para adornar.




Kaiku gana la Bandera de La Concha