Dice que no tenía intención de causar daño a nadie, que estaba tan desesperado por el desahucio de la vivienda que venía ocupando desde hace años en Castro Urdiales y por los problemas derivados de su separación matrimonial que ya no quería vivir más, que lo mejor era «estirar la pata».
Pero en el intento, casi se lleva por delante a los miembros de la comisión judicial que aquel mediodía del 12 de mayo de 1995 acudieron al domicilio a efectuar el desalojo. Una explosión de la bombona de gas con la que se encerró en su dormitorio, sobrevenida tras encender su cigarrillo cuando dos policías municipales accedieron a la estancia, causó graves quemaduras a los agentes, de las que tardaron más de 180 días en recuperarse. Durante dos años tuvieron que trabajar de noche porque no podían estar expuestos al sol, y llevar unos guantes especiales para proteger los injertos de piel. La deflagración además provocó cuantiosos daños en los pisos y comercios del inmueble y vehículos estacionados en las inmediaciones.
Diez años después de aquella explosión, que se oyó en todo Castro Urdiales, aquel hombre entonces desesperado, Juan Antonio P. E., de 69 años, diez menos cuando ocurrieron los hechos, explicó ayer al tribunal de la sección primera de la Audiencia que le juzga, que «sólo quería suicidarse oliendo a butano», pero no provocar una tragedia que afectara a otras personas. Por eso, tras recibir en el trabajo la comunicación de que una comisión judicial le iba a echar de la vivienda, se despidió del patrón. «Le dije que me iba a Barcelona», declaró y después se encaminó hacia su casa con la idea de quitarse de en medio. «Lo mejor es estirar la pata», pensé. Así, según declaró ayer al tribunal, compró una bombona de butano y esa noche se encerró en su habitación. Con cinta aislante precintó la puerta y la ventana «para que no se escapara nada de gas», después abrió la espita y se acostó. Dice que durmió toda la noche y que al día siguiente, a eso de las dos y media de la tarde, le despertó un murmullo.
Asegura que no oyó el taladro del cerrajero, ni la patada en la puerta que propinó uno de los agentes para echar abajo la puerta ante el fuerte olor a gas que emanaba de la vivienda, ni a los policías municipales que entraron en su habitación. Le despertó un «murmullo» e «inconscientemente», aturdido y obnubilado como estaba, cogió un cigarrillo con la mano izquierda y lo prendió justo en el momento en que los agentes entraban en la habitación. Entonces una «bola de fuego» lo invadió todo, como recordó ayer el policía.
Milagrosamente, el acusado sólo sufrió quemaduras leves en pies y manos. La explosión alcanzó de lleno a los agentes y también sufrieron heridas leves el secretario judicial y el propietario de la vivienda y su abogada.
El procesado insistió en su actitud suicida. «Yo tenía oído que se moría uno con el gas. Por eso lo hice», se justificó. No era la primera vez que Juan Antonio intentaba poner fin a su vida. Años antes ingirió estricnina, un veneno para roedores, y aún hubo otro intento infructuoso.
Sin embargo, uno de los agentes afectado señaló ayer al tribunal que cuando entró con su compañero en la habitación, vio al acusado con la bombona entre sus piernas. «Al vernos, prendió fuego con un mechero». El testigo cree que el acusado estaba plenamente consciente y sabía lo que hacía. «Dirigió el encendedor a la goma del gas, no al cigarro. Fue a lo que fue».
El Ministerio Fiscal solicita para el acusado un total de 16 años de prisión y 300.000 euros de indemnización. El juicio continuará hoy con la declaración de más testigos.
Fuente: eldiariomontanes.es